Lo que mantiene al hombre sumido en el miedo, es no saber qué ocurre, después de la muerte. Desconocemos lo que pasa y eso nos crea un miedo muy profundo, un miedo que no nos permite VIVIR libremente; un miedo que no nos permite vivir la vida experimentando nuevas cosas y disfrutando del camino; un miedo que nos apaga las ganas de experimentar y, por lo tanto, solo nos mantenemos reviviendo lo que ya conocemos, porque eso sí que es seguro, eso ya lo conocemos.

Las creencias que tenemos programadas en nuestra mente relativas a la muerte, nos hablan de un lugar de premio o castigo, el cielo o el infierno. Estas creencias nos obligan a vivir bajo ciertas normas o reglas, regularmente originadas por el poder de las religiones, dichas reglas las convierten en mandamientos de vida. Si estos mandamientos son seguidos, nos darán como resultado el cielo, pero si los incumplimos, nos llevarán al infierno.

Esas creencias o normas, sin embargo, no son sencillas de seguir, porque vivimos en un mundo con muchas situaciones o condiciones diferentes, muchas “tentaciones”, que nos llevan a romper o a faltar a esos mandamientos, y nos crean miedo al saber que nos espera un infierno y no un cielo.

Todos los cuentos que nos han platicado acerca del infierno, son terroríficos, un sitio lleno de demonios que nos lastimarán, un fuego eterno que quemará nuestras carnes, etc., conocer todo eso nos genera miedo a vivir o a experimentar cualquier cosa que este fuera de esas normas, y vuelve nuestras vidas muy limitadas. Esas normas o mandamientos no nos permiten vivir y experimentar nuevas cosas. Recuerda que la forma en que aprendemos es con la experimentación. Nadie te puede decir a que sabe un helado de pistache, podrían intentar decírtelo, pero solo hasta que lo experimentes y pruebes, sabrás lo que es verdaderamente su sabor. De manera que no experimentar es NO APRENDER. Y eso es lo que el poder religioso quería que pasara, que no aprendiéramos ni experimentáramos, para ser solo “obedientes y buenos”. Acaso no nos decían: “La vida es muy simple, solo tienes que obedecer los mandamientos de Dios, ellos son la guía para una vida recta”.

De manera que si nuestra creencia, acerca del posible resultado de nuestra vida, es que nos vamos a ir al infierno, porque no fuimos tan santos como se nos exigía, pues nadie en su sano juicio se querría morir. Las personas que habían sido “buenos y obedientes”, tenían la creencia de que su premio sería el cielo y por lo tanto, no tenían miedo a morir. Pero el 99.9 % de los seres humanos, hemos roto alguno de esos mandamientos o normas religiosas en algún momento de nuestras vidas, lo que nos crea la incertidumbre y el miedo a la muerte.

El miedo a la muerte nos produce incertidumbre y duda, sobre el posible final de nuestra vida, y no queremos morir. Este sentimiento o pensamiento lo demuestra el hecho de que muchas personas, minutos antes de morir, piden la presencia de un sacerdote porque quieren descargar todas las cosas que tienen guardadas, y que son un peso para su alma, cosas que rompieron las reglas, y los llevarán al infierno. La presencia del sacerdote y el perdón que les otorga, según la creencia, les da paz, y dejan su cuerpo más tranquilamente. El miedo al infierno, es la razón por la que preferimos seguir atados a la vida, y nos aferramos a ella, aun cuando nuestro cuerpo físico está muy dañado o enfermo, no queremos soltarnos, el miedo nos ata al cuerpo físico. Este miedo a la muerte, es la razón por la cual los seres humanos le temen al cambio y, por lo tanto, a experimentar cosas nuevas.

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